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Zack Snyder estrena su ‘Ejército de los muertos’ en Netflix y aquí estamos nosotres para comentarlo. El problema es que Dani, David, Mireia, Óscar y Ricardo han coincidido pro primera vez en que es una mierda y María Aller ni la ha visto, ¿nos ayudará Kiko Vega a hacer más pasable el bajón? Intentarlo él lo intenta, eso está claro.
"Hemos vuelto", escribió el joven solitario. Dani, David, Óscar y Ricardo resucitan gracias a un brillante rodaballo que, aunque un poco duro, les ha cargado las pilas.
Para celebrarlo, discutirán sobre tres de las películas del momento:
- 'Godzilla vs. Kong' (Adam Wingard, 2021) - 'Monster Hunter' (Paul W.S. Anderson, 2020) - 'Serpiente de mar' (Amando de Ossorio, 1984)
Los Pumarines vuelve a casa por Navidad en un especial muy navideño y mucho navideño. Dani, David, Mireia, Óscar y Ricardo se reúnen frente a la chimenea con un chocolate caliente entre las manos para repasar pelis con nieve, regalos y milagros.
Bueno, bueeeno, bueeeenno, bueeeeeeeeeno... ¡pero esto qué es! 'Los de al lado de Pumares', ¡ahora con público! Y hablando del Festival de Sitges 2020, una edición online pero repleta de buenas movidas, películas maravillosas y tramendos truños. ¡Pero qué loco todo! ¡Y son Óscar! La verdad es que está bastante facherito este podcast, dale calor.
En el pasado Festival de Sitges, la película de terror argentina ‘Historia de lo oculto’ removió algo dentro de los miembros de ‘Los de al lado de Pumares’. Por algún motivo, el director Cristian Ponce les concede una entrevista en la que habla de la producción, de su serie ‘La Frecuencia Kirlian’ y de ‘Verano azul’.
La Mireia, el Óscar y el Dani viajan hasta el Festival de Cine de San Sebastián 2020 para ver pelis, luchar contra los elementos e insultar a viejos colaboradores. Por el camino, entre tren y tren, conocen a una nueva colaboradora que no pierde el tiempo y se engorila.
Muy bien todo, y yo aquí, muerto de asco. En fin...
Aquel 27
de septiembre cerré el certamen con Nick Cave. Era el colofón ideal, la trigésimo quinta
y definitiva película de aquella aventura de la que nunca me sentí merecedor pero a la que me agarré, consciente del precipicio que se cernía ante mí.
Salí del Cine Principal extasiado, con la respiración acelerada y las gafas empañadas mientras
en mi cabeza seguía sonando la versión en directo de ‘Jubilee Street’ con la
que termina la película. I'm
transforming, I'm vibrating, I'm glowing. Ya daba igual todo, no
importaba lo que pasase después, incluso cuando acabase aquel otro epígrafe que
me esperaba en Sitges una semana más tarde. Aquel
día lloré, hablé con desconocidos y bebí. Aquel día me lo creí. Todo.
Ahora
es diferente, especialmente por todo lo que sigue siendo exactamente igual. Sigo
escribiendo, pero por otros motivos. Sigo mirando, pero hacia otro lado. Sigo
en una habitación, pero a nadie le extraña.
Aquel documental me hizo pensar que, de algún modo, los siguientes
años viviría lo que, de hecho, pude vivir. Durante el éxtasis que uno experimenta
mientras abandona la oscuridad y pasa de música extradiegética de títulos de crédito a sonido ambiente de la realidad a la que regresa, olvidé aquello que me perseguía. Engañé al
monstruo que, perdido en Donostia, espero se tomase algo en el Juantxo.
No llegué
solo muy lejos, ya éramos dos cuando regresé a aquel albergue que tan poco
descanso me ofreció y, puede que por ello, realizase una crítica tan sumamente
plana de lo vivido en el cine. Leída ahora, tras seis años recordando para mí aquella
experiencia, no entiendo cómo no dio para fliparme con un texto de varios
párrafos sobre la figura de Cave, de Warren Ellis y de su música. ¿Cómo es
posible que desperdiciase aquella oportunidad de mostrar al mundo lo terriblemente
sensible que era? ¿Por qué unos pocos renglones explicando algo que hoy no
daría para más de tres tuits? Es fácil, las películas no son lo mío, lo mío
siempre ha sido lo otro.
Para bien
y para mal, aquel primer año de grandes festivales me puse el doble de tarea y,
no contento con dedicar una entrada diaria a las películas que veía, cada
jornada me acostaba publicando un segundo texto en el que fantaseaba con mis
desventuras por el certamen. Aquello se convirtió en un éxito entre mis
conocidos, siendo mucho más comentado y aplaudido que las entradas
sobre las películas tornándose, gracias al feedback activo, en aquel
milagro que me descubrió a lectores que nunca imaginé perdiendo el tiempo en mi blog.
No
importaba qué película consideraba mejor o si me había parecido demasiado intensa alguna joya premiada en Berlín, lo que mis cinco lectores querían
saber es cómo habían sido los ronquidos aquella noche en el Atalaya/Olga/Olga’s Palace, si había
tenido algún nuevo encuentro con el fumador o si, camino de algún pase, había
logrado no perderme demasiado. Todo esto mal escrito, preñado de faltas de ortografía y con incoherencias narrativas que hacen imposible una revisión a día de hoy, por mucho cariño que tenga de aquellos recuerdos.
Años después, nuevos amigos que desconocían la autoría de
aquel despropósito hablaron de un tipo que hizo un diario de San
Sebastián y de Sitges muy curioso. Aquella ficción autobiográfica se ha
convertido en una de las escasas creaciones que ha vuelto a mí por caminos
extraños y, ¿dónde me ha pillado? Mintiendo, haciendo como que lo mío son las películas
mientras me obsesiono por cerrar lo otro, esta vez en forma de audio.
"Es como si fuera hace 6 años y eso", comenta la primera entrada dando, por fin, sentido a algunos de los números iniciales.
Es terrible descubrir con pruebas que tu síndrome del
impostor no es tal, sino que realmente no te corresponde estar donde has caído.
Por suerte, puedo seguir disimulando un poco más pero, teniendo todo esto en
cuenta, sería realmente tonto si no decidiese dedicar más tiempo a aquello que me
persigue con la misma insistencia que la ya impaciente criatura a la que oigo
respirar a menos de un palmo de mi nuca. Pero es que soy realmente tonto.