Hoy iba a ver
Los Diarios del Ron (The Rum Diary), pero
algo pasó por el camino.
|
La sosería de una obra exagerada |
Tenía ganas de ver la nueva película sobre
Hunter S. Thompson, el creador del periodismo
Gonzo, así que me desperté temprano y cogí
el autobús que me llevaría hasta la ampulosa ciudad de los pases de prensa.
El problema es que cuando iba a sentarme en mi sitio de la
suerte, siempre el antepenúltimo por la izquierda, un orondo pasajero ya lo
estaba ocupando. Siempre que me pasa eso sé que el día va a ser una mierda y me
suelo bajar en la siguiente parada y esperar al siguiente bus pero ese día
tenía prisa. Me senté en el antepenúltimo por la derecha e intenté acomodarme.
Fue espantoso.
Para empezar no sé cómo torcer la cabeza hacia ese lado y si
no me recuesto no me duermo, si no me duermo me mareo y si me mareo vomito. Por
suerte como a los dos minutos empecé a notar los efectos del Aerius, bendita
pastilla de la alergia. El sueño parecía que me iba venciendo y por lo tanto no
tendría que atravesar despierto el curvilíneo puerto de montaña y enseñar a todos los
pasajeros lo que había desayunado en una desagradable demostración en el
pasillo.
|
De farra |
Fue justo en ese momento cuando me di cuenta. Justo cuando
estaba cerrando los ojos vi como algo largo y puntiagudo se movía a mi lado.
Era el gordo que me había quitado mi sitio, se movía de un modo raro, lento, hipnotizante.
Fijé la vista en él y decidí que sin gafas no haría nada así que las rebusqué
en mi mochila y, después de tirar dos veces las llaves al suelo, conseguí
ponérmelas. Lo que vi fue algo de otro mundo.
El usurpador de mi asiento se había quedado dormido pero
tenía la lengua fuera. Ese no sería un problema, robos de sitios a parte, si no
fuese porque el trozo de carne que le salía de la boca era azul, húmedo, de
unos treinta centímetros de largo y separado en dos puntas al final. No podía
creérmelo pero, después de limpiar con mi camiseta las gafas, me di cuenta de
que su piel tampoco era normal. Eran escamas, diminutas escamas color carne que
poco a poco se fueron volviendo verdosas hasta que no hubo ninguna duda, el
gordo era un reptil gigante asesino. La cresta morada de hueso que le salía de
la cabeza y las garras en las que se transformaron sus manos solo me dieron la
razón.
|
Dos Caras |
De algún modo, el tipo había disimulado su condición de
reptiliano toda su vida pero no podía hacerlo dormido. Debido sin duda a la
comodidad de mi asiento predilecto, el bífido elemento había caído en los
mullidos brazos de Morfeo y estaba descuidando su disfraz. Pero yo lo había
descubierto, sabía quien era realmente y su malvado plan. Sabía lo que debía
hacer. Me levanté tambaleante por el efecto anestésico de la pastilla de la
alergia y me dirigí hacia el cuerpo inerte de mi adversario.
|
Más parranda portorriqueña |
Me costó un poco sentarme en el asiento de al lado pero
finalmente lo conseguí y me dispuse a realizar mi misión. Tembloroso, alcé poco
a poco las manos hasta su cuello amarillo y apreté con todas mis fuerzas. Lo
primero que noté fue lo frío que estaba, después la dureza de su armadura
escamada. Aun así seguí apretando como si me fuera la vida en ello, cosa que
probablemente fuese cierto. El problema fue que no solo parecía inútil, si no
que repentinamente mi archienemigo abrió los parpados. Dos esferas amarillas me
miraban profundamente y claro, me asusté. Di un ridículo salto hacia atrás por
lo que caí al suelo estrepitosamente. Allí, desamparado, dolorido y asustado en
medio del pasillo, vi como de cada asiento asomaba una cabeza reptiliana que me
miraba con esos ojos encendidos. Estaba perdido, había atacado a un lagarto
asesino en medio de un autobús repleto de compatriotas bífidos.
|
El Joker |
Por suerte en ese momento el conductor paró y todos se
transformaron en humanos rápidamente. Yo aproveché ese momento de fortuna y me
bajé a toda velocidad, tropezándome varias veces en mi ruta hacia la acera que
me esperaba más segura y dura que nunca. Vi como se cerraba la puerta del
vehículo de la muerte tras de mí y me sentí el tipo más afortunado del mundo.
Tras mi aventura me perdí el pase de prensa, pero seguí con
vida que es lo importante. Además, por la tarde me bajé la película y la vi
tranquilamente tomando sandía. No era para tanto.
|
Pelea de gallos |