Se acabó. Despierto en mi cama triste, con la sensación
amarga de que todo lo bueno se acaba. Mis compañeros de habitación yacen en sus
lechos ajenos a mi desazón. Cabizbajo, me dirijo al baño con la esperanza de
que una ducha fría me reconforte lo suficiente como para afrontar las despedidas. Al probar el chorrazo helado con el dedo
cambio de parecer y lo pongo calentito, no sé en qué estaría pensando.
La verdad es que es para enmarcar |
Casi de un modo mágico, pasan tres horas y regreso a recoger
las maletas. Por el camino me compro algo de alimento porque estoy escarmentado
de la ida en la que jugué muy duro en Los Juegos del Hambre. Al abrir por
última vez la puerta del Atalaya/Olga/Olga’s Palace, un suspiro escapa de mi
cuerpo, sigo sin saber si es de alivio o pena. Mi cuarto está limpio como nunca
y descubro a una señora pasando la aspiradora por una superficie impoluta.
Después de nueve días de lucha, es la primera vez que reparo en que debajo de
las cosas de mis compañeros hay moqueta y no otras cosas, como pensaba. Recojo
mi maleta y tras asegurar que todo parece en orden, salgo corriendo para que
nadie vea mis lágrimas.
Qué penita |
Ya en el tren, con las maletas en su sitio y mi asiento
localizado, decido que es la hora de descansar. He visto 35 películas en 8 días
y es el primer momento que tengo para cerrar los ojos y meditar durante unas
horas. El traqueteo me acompaña y estoy seguro de que me quedaré dormido en un
momento. A la media hora, no me preguntéis por qué, he abierto el portátil y estoy viendo una película, la primera antes de la que me pondré después. Maldito mono, supongo que es difícil quitarse del tirón después de una semana como esta,
mejor poco a poco.
Cuatro horas más tarde decido dar un paseo y llego hasta una
máquina expendedora justo para ver un milagro. El tren toma un giro bastante
intenso y veo caer una bolsa de pistachos que puede ser mía gratuitamente. El
problema es que como soy muy desconfiado, detalle que me ha salvado la vida en
numerosas ocasiones, desconfío de mi suerte y me doy la vuelta pensando que es una
trampa. No sé quien puede planear algo así pero hay tipos muy raros por el
mundo.
Agur :___( |
Mientras en San Sebastián se dan los premios oficiales del
asunto en el que llevo sumergido todo este tiempo, yo estoy llegando a casa sin
datos en el móvil. No sabré a ganadora hasta la noche y me preocupa tanto que
sigo con mi vida sin pensarlo dos veces.
Al llegar a la estación distingo una forma pequeña y de
inmediato tengo la sensación de que me espera a mi. Según se acerca mi última parada voy distinguiendo la extraña figura, lleva una bolsa en la
mano y está mirando muy nerviosa hacia el tren como sabiéndome dentro. Cuando
bajo y empiezo a acercarme con miedo, hay un momento en que estoy casi
seguro de que es E.T., al menos por el tamaño coincide. Mi sorpresa es tremenda cuando a unos cinco metros me rindo y me pongo las gafas para
distinguir por fin a mi abuela con cara de angustia.
Resulta que ha estado leyendo mis aventuras, ojo que lee un
blog de internet, a ver qué pasa con mi abuela 2.0, y lleva sin dormir varias
noches pensando en lo que podría suceder en mi albergue de confianza. Para
recibirme, saca de la bolsa un bocadillo de tortilla con pimientos que huele a
romería y un fajo de billetes. Dice que vale, que puedo ir a otro festival, pero
que esta vez por todo lo grande, que no quiere volver a pasarlo mal con mis desventuras.
Agradecido y emocionado, me como el bocata, monto a mi abuela en la cesta de
una bici y volamos a casa haciendo una silueta delante de la luna muy
resultona.
Esto ha sido a grandes rasgos mi aventura donostiarra. Si ha
llegado hasta aquí, mucha gracias, espero que haya sido una lectura agradable
descubrir cómo me pasabas cosas desagradables. Mejor a otro que a usted, verdad.
Pues nada, una semanita de descanso y volveré, esta vez como Dios manda, con lo
que me encuentre en Sitges. Por última vez, agur!
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