Maldito despertador. Aun no ha empezado la guerra y ya lleva
dos días sonando a las 06:55, hora normal para un hombre de provecho pero no
para mí, que estoy en la cama tan a gustito. El motivo de esta alarma inoportuna es que cada
día a las siete salen las invitaciones para el día siguiente y, a las siete y
un minuto, no quedan. Yo, previsor pese a saberme novato en todo esto, ahí estoy, como un clavo para pedir un par de pelis al día, aun sin saber cuales serán
para prensa. Arriesgo y gano, más o menos.
On the road |
Con el iPod lleno de musicote que terminaré por no usar,
meto la cinta para comprobar, sorprendido, que funciona directamente. Los
cassetes de cable para enchufar reproductores no son muy fiables, este es viejo
y todos sabéis de mi suerte en estas situaciones. Que con esas tres razones se
escuche perfectamente lo que quiera escuchar, me deja estupefacto y preocupado.
Durante la primera media hora no llego ni a poner nada, de pura incredulidad.
Más tarde elijo una buena mezcla de podcasts de confianza que hacen que las seis
horas y media de conducción non-stop pasen en un momento. Reconozco que flaqueo
un segundo antes de meterme en la Nacional II pero, recordando que el viaje me
lo paga el medio y que el medio soy yo, elijo la eterna pero gratuita carretera
de camiones.
Monumento a Tinky Winky |
Llego a mi destino y parece que regreso a ese primer momento
en San Sebastián donde todo era calor, playa y veraneo. Ya era sorprendente en
septiembre pero ahora es octubre. Para alguien de la sierra de Madrid,
descubrir que hay octubres así a tan solo unas horas de coche está cerca de lo
profano.
Mi GPS dice que he llegado a mi destino, miro a mi izquierda
y veo el letrero de mi albergue, con el nombre que ponía en internet, y un sitio para aparcar el coche. Esto me huele
a chamusquina. En la recepción una mujer muy amable de acento aun no
identificado me guía a una habitación amplia, blanca y llena de luz. Me deja
elegir cama porque sólo hay dos ocupadas de las ocho que ofrecen cuatro bonitas
literas. Me quedo en una de abajo rodeada de enchufes. El baño es enorme, tengo
taquilla y en el subidón me parece que todo huele a una dulce mezcla de limón y
bollitos de chocolate. Bajo a recepción y me aclaran que tengo desayuno
incluido y que el coche se puede quedar donde lo he dejado sin problemas. Subo
a mi cuarto, me meto en la ducha, me siento sujetándome de las rodillas y
lloro.
Ya era hora |
Ya en el hotel que sirve de centro de operaciones, descubro
la entrada y vigilo las salidas como si fuese Bourne. Consigo todo lo que me
hace falta y comienzan los pases. A partir de ese momento todo se nubla.
Recuerdo fogonazos, instantáneas de mí mismo corriendo de una sala a otra,
agotado y a horas intempestivas. Recobro el conocimientos con unos tímidos
aplausos. Estoy recostado en una butaca de la sala más grande del festival, muy
solo y muy escorado, descalzo y con el móvil en un enchufe que se esconde tras
una cortina. Son las cuatro y media de la madrugada.
Comienzo mi regreso de algo más de media hora a la orilla
del mar. Sitges duerme y a mi me da envidia. Llego al albergue para descubrir
mi habitación a oscuras, algo que no me preocupa porque mi cama está en línea recta
y el orden escrupuloso impide que pise nada. Me cambio, me lavo los dientes
tranquilamente, uso el baño a mi antojo y me tumbo de un salto literal, es
decir, me dejo rodar en la parte baja de mi camastro combo. En ese preciso
momento, cuando se hace el silencio, me doy cuenta: en este albergue soy yo el
que molesta.
Muy bueno
ResponderEliminarCreo que serías un buen guionista.