Despierto acompañado. La señora de la limpieza está fregando con fuerza demasiado cerca de mi cara y los productos químicos consiguen lo que el despertador ha intentado. Aturdido por el sueño y la lejía, pongo rumbo cimbreante a la ducha. Despierto y estoy desayunando. Despierto y estoy en mitad de una película.
En la sala de redacción reitero mi nueva relación con el café, un amigo que os quiere. La gente escribe muy concentrada y yo lo hago como puedo, con los ojos cerrados y los dedos entumecidos por un frío que sólo yo imagino. Cuento mentiras y falsas verdades y me pregunto si no es lo mismo. No, no lo es.
Ella |
En el mundo real está acechando un virus y supongo que algún medicamento milagroso está a punto de estafarnos a todos, pero yo doy la espalda a eso y me meto a ver a unos caníbales. En la oscuridad encuentro un sitio perfecto, ladeado, solitario y con visión completa tanto de la película como de la banda de subtítulos digitales. Espero impacientemente a que llegue alguien para que no vea bien pero no ocurre hasta que empieza la cinta. Justo en ese momento descubro que un moño es todo lo que voy a ver durante varias horas. Pienso en cambiarme de sitio pero me rindo, no tengo fuerzas para moverme de butaca y descubrir que hay delante un tipo alto que me impida ver del mismo modo. Me acomodo y desaparezco.
Sueño con dormir. Sueño que descanso y que tengo tiempo para hacerlo. Sueño que no tengo que despertar nunca y que puedo soñar que sueño. Un tríptico del descanso absoluto, la solución a todas las penas del mundo.
Llegado a cierto momento, cuando se enciende la luz, decido que es hora de dar un paseo hasta una cama más amable, al menos una con colchón. La sala encendida es un paréntesis luminoso entre el ambiente de la proyección y el que se respira en la calle. Solitaria y oscura, Sitges ofrece su cara más misteriosa. Su centro urbano está diseñado por un loco sin compasión. Nada tiene sentido salvo perderse, así que cumplo.
Alguien |
El silencio lo rompe el mar, mucho más agitado de lo que debería en una noche tranquila, sin viento ni guerras que perturben su espíritu. Los dibujos de los niños, alegres locuras diurnas, parecen ahora profecía lovecraftianas de lo que está por venir. Los callejones son sus tentáculos, la iglesia sus ojos, yo su presa.
Estatuas callejeras me vigilan, volviendose silenciosamente cuando me cruzo en su camino y acelero el paso, haciendo como que no me doy cuenta. Seres que en un pasado no supieron no mirar, son las pétreas figuras que ahora intentan atraparme.
Allí |
Un chisporroteo y miro arriba, al cartel de un hotel que tiembla para llamar la atención del transeúnte despistado. Alguien me vigila desde un balcón. Las luces de neón se reflejan en el objeto que tiene en la mano, puntiagudo, frío. No sé si lo ha usado ya o planea bajar a la calle a ensayar conmigo. Por si acaso miro al frente, como haciendo que no sé nada, que tengo un rumbo fijo y seguro al que llegar. Que alguien que no sea una amenaza me está esperando.
Oigo risas en un callejón pero no corro, aguanto la marcha para que no se note que quiero salir de ahí cuanto antes. Las risas ahora son un llanto ligero, suave. Una araña gigante hace un ovillo con una figura de algo más de un metro en la esquina de un edificio. Está entretenida, tengo suerte.
Un sonido gutural sale de la oscuridad que ofrecen unos arcos bajos, a pie de calle. El desagüe para los días de lluvia es el lugar perfecto para que los seres que no quieren ser vistos consigan su propósito. Desde ahí vigilan, pueden ver a todo el que pase, esperando una presa fácil, alguien que vuelva solo, cansado y que esté distraido. Como sé lo que planean me alejo lo suficiente y miro a su oscuridad, fingiendo que no siento lo que sin duda no puedo evitar. Los brillos a pares dejan de prestarme atención. He ganado.
Consigo llegar a mi destino, he pasado por delante de todos los peligros que se me presentaban y ahora estoy libre de todo mal, en el albergue que me acoge. La alegría me hace bajar la guardia y cuando abro la puerta no reparo en la figura que ya está en la esquina, esa a la que no llega la luz de las farolas de la calle. Me meto en la cama esperando descansar y prepararme para el día de mañana y me duermo rápido. Él sigue ahí, mirando. No hace nada, no emite sonido alguno y un ligero tambaleo es todo lo que lo diferencia de la oscuridad de una sombra. Mira sin ojos mi reposo, imaginando que estira sus miembros de carbón y me toca, terminando así con todo lo que conozco.
El todo |
Cuando despierto no hay nada amenazante, la luz ha rellenado todo de formas conocidas y en aquella esquina sólo está el blanco de la pared. Continúo con mi día. La señora de la limpieza no entiende qué hacen otra vez esas formas de pezuñas negruzcas en la esquina y echa más lejía en el cubo.
pues las pelis no serán de mucho terror, pero nos están afectando bastante. cuando lo leía me reía pero terminé colocándome de frente al pasillo.
ResponderEliminarformidable las criticas de cine y tu narración en lo otro
ResponderEliminarmuy entretenido y muy bien narrado