Cartel flojucho |
La trama nos presenta a un una madre trabajadora que no da a basto y se ve obligada a pagar a un vecino desagradable para que cuide del niño. Ambos terminan haciendo buenas migas y lo pasan bien, hasta que la mujer descubre los locales frecuentados por el tiparraco y todo se complica.
Escrita y dirigida por el desconocido Theodore Melfi, no se le pueden echar demasiadas flores a su faceta como guionista. El libreto es pobre, lleno de lugares comunes y previsible, pero lo que ha conseguido con el reparto, ya sea por la buena elección de estrellas, su calidad a la hora de dirigir intérpretes o una mezcla de ambas, es de levantarse y aplaudir.
Melissa McCarthy sorprende con un papel comedido que, en las antípodas de lo que suele interpretar, asume la parte más dramática de la cinta sin que el espectador pierda interés cuando está en pantalla. Naomi Watts, por el contrario, se desata como nunca haciendo de una stripper rusa embarazada de la que nos quedamos con ganas de mucho más. Un encargado de casting normal hubiese invertido los roles de estas dos actrices pero, al arriesgar con este giro, han ganado en sorpresa y acertado con ambas.
De parranda |
Y por encima de toda esta gloria, está Bill Murray. Inmenso, cómodo, a sus anchas, se ve al actor disfrutar de cada escena hasta el punto de regalarle unos títulos de crédito finales que si durasen lo mismo que la peli no me hubiese importado. Este tipo no va a parar de petarlo nunca y, según pasen los años, irá molando más hasta que se convierta en una enana blanca y muera implosionando en sí mismo.
Pero es cierto, volviendo a la realidad, St. Vincent no es gran cosa fuera de su excelente reparto. Si no fuera porque es Bill Murray, aunque su sustituto lo hiciese igual de bien, no me gustaría tanto. No termina de despegarse del telefilm que parece desde el principio y a ratos casi esperas una pausa publicitaria. Pero oye, un buen rato sí se pasa, que tampoco hay que negárselo.
Con esto me doy por satisfecho |
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