Puro vicio (Inherent Vice), exigente viaje neo-noir al corazón de la paranoia.
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Una copia de esto en enorme por favor |
Entiendo el choque inicial. Todo el mundo quiere ver lo nuevo de
Paul Thomas Anderson, posiblemente, al menos para mí, uno de los cinco realizadores en activo más necesarios. El estreno de esta última obra, guste o no la misma, demuestra que no se puede prescindir de un tipo que hoy en día presenta un material como este. Incluye en la mezcla el factor
Joaquin Phoenix, otro tipo excesivo que es tan extraño como brillante e imprescindible. Suma además la obra de
Thomas Pynchon, al que se le puede atribuir todo lo ya indicado más ese halo de misterio de escritor a descubrir, en muchos sentidos. Si enrollas estos factores con un trailer que promete una comedia rápida e hiperbólica, de consumir con colegas, birras y camisas de bolera, el humo se te puede ir por otro lado.
Y es que ni tú mismo decides si dejarte llevar por la paranoia y usarla en tu beneficio, tema medular en todo esto, o sufrir un mal viaje. Puede que descubras rincones a los que volver, imágenes polisémicas de fondo de pantalla en las que abstraerse en un futuro, sea cual sea la primera interpretación dada. Pero también es muy probable que a la media hora uno se asuste, no sabiendo muy bien dónde está ni cómo salir del encierro, confundiendo butacas con grilletes y dilatando las extensas dos horas y media en años de encierro. Por todo eso aviso,
Puro vicio no es lo que esperas y, por más que lo intente, no puedo avanzarte lo que es. Nadie sabe cuándo le va a sentar mal un porro pero eh, tampoco cuándo no.
Avisados quedan desde ahora, sea lo que sea de lo que he avisado. Y es que aquí todo es así, como la trama que no sabe muy bien cuándo va o cuándo viene, como la marea de una playa siempre presente pero al fondo, intocable, bajo los adoquines. California en 1970, un detective privado intenta averiguar dónde está el amante de su ex, un magnate inmobiliario con negocios negros por todas partes. Poco a poco todo se llena de humo y misiones secundarias, que si encontrar un músico muerto y resucitado, lidiar con el policía que se ha convertido en su sombra o esquivar pero investigar a una asociación/culto que parece estar detrás de todo. La niebla es cada vez más espesa, los nazis acechan en las esquinas y los colmillos de oro tienen sed de sangre. Ha vuelto la paranoia pero esta vez es tangible, esta vez no desaparecerá por la mañana.
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Horas de estos dos |
Lo de
Joaquin Phoenix es inenarrable. Sus exabruptos, su punto muerto, su capacidad para minimizarse cuando debe, esto no es normal. Estamos ante un prodigio al que
Anderson sabe exprimir de maravilla, sacando esas últimas gotas que sólo deja para los que lo merecen. Su
Doc Sportello es aun mejor cuando está junto a
Bigfoot Bjornsen, un descomunal
Josh Brolin que hace, simple y llanamente, lo que le da la gana. Ambos parecen nacidos para estos dos roles y, si pensamos en ellos en otras cintas donde han brillado interpretando papeles opuestos, cuesta entender cómo narices se hace esto.
Como es una cinta de
Anderson sobre un libro de
Pynchon, el resto del reparto es tan reseñable como extenso.
Katherine Waterston es la escurridiza
Shasta, esa ex que parece etérea hasta que deja de serlo. En papeles más o menos importantes van apareciendo caras conocidas como
Eric Roberts,
Michael Kenneth Williams,
Benicio del Toro,
Owen Wilson,
Reese Witherspoon o
Martin Short. También sale
Maya Rudolph en ese perpetuo embarazo al que ha ligado su carrera cinematográfica.
El guión es del mismo director y no se ha andado con tonterías: en lo bueno y en lo malo, ha adaptado a
Pynchon de manea literal.
Vicio propio, como se tituló aquí la novela, está plasmada casi diálogo a diálogo, excluyendo pocas de sus interminables subtramas y ayudada por la encarnación de la voz en off del autor en una de las, muy, secundarias femeninas. Esto último creo que ha sido un error que confunde al espectador, si es que no estaba perdido ya del todo, que cree que ese personaje ayudará a resolver algún entuerto de un modo más primario. Claro que no. Como
Zack Snyder con
Alan Moore, y perdón por el salto mortal de esta comparación,
Anderson ha querido ser tan fiel al original que se ha pasado de rosca, perdiendo a los no lectores por el camino y logrando un producto más difícil, inestable y, puede, puro y necesario.
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El molar |
La compilación que compone la banda sonora, junto con la partitura original de
Jonny Greenwood, ayuda a meterse en el ajo tanto como el grano de la película con la que está filmada o vestuario setentero. Todo está en consonancia y cuando la dosis sube, lo hace la música, la velocidad, la niebla y la sensación de no saber muy bien qué demonios pasa. No podemos confiar en nada de lo que creemos y menos dejar de darle importancia, todo está ahí aunque, de algún modo, no lo esté.
Pynchon juguetea en sus páginas con nosotros, añadiendo elementos al montón que tarda en desmoronarse y que, al mirar atrás, volvemos a ver en pie.
Anderson plasma esto en un medio en el que no debía de funcionar y, no haciéndolo, lo hace. Adaptar lo inadaptable, decide tú hasta qué punto es un fracaso que yo no puedo quitarme de la cabeza todo lo que no sé si ha ocurrido.
Al salir de la sesión estaba empachado, confuso y, creo, maravillado. Era 18 de marzo y tenía que cambiar de cine porque se reestrenaba por un día
Blade Runner y quería verla en la pantalla más grande y con la mejor calidad de imagen y sonido posible. Es un cinta que siempre me ha obsesionado, en mi casa se ha comprado cuatro veces, en tres formatos diferentes y he visto en innumerables ocasiones las cinco versiones disponibles, sobre todo las del 82, 92 y 2007, reconociendo esta última como mi favorita, justo la que iba a ver proyectada en versión original y con el lujo de una sala de calidad indiscutible. Pese a sabérmela de memoria, cada cinco minutos tenía los pelos de punta. Tras descubrir de nuevo el unicornio de papel y cerrar la puerta precipitadamente a ningún otro añadido, volví a la realidad pleno, satisfecho y emocionado. Durante el regreso a casa, casi dos horas de transporte público, pensé mucho en
Ridley Scott y el
Philip K. Dick. Poco a poco ese pensamiento se fue tornando en una comparativa y caí en la cuenta de lo opuesto de su relación a la de
Paul Thomas Anderson y
Thomas Pynchon. Según avanzaban los temas de
Vangelis en mi reproductor, me di cuenta de las similitudes pese a su aparente antagonismo a la hora de adaptarse. Al llegar a casa, antes de ponerme con esta crítica, busqué la opinión del tipo que me descubrió, aun sin conocerme, al autor de la novela madre de este proyecto. No era una crítica de la película en sí misma, pero
Noel Ceballos aclara en
"Puro vicio": Los Estados Unidos de la paranoia esa relación que fue tomando forma durante el obligado mareo del autobús y que ahora entiendo inevitable. Quién lo iba a decir, al final he entendido algo. Creo.
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La última cenuki |
Aquí el
trailer. Cuidado con los que busquen
El gran Lebowski, esto es más un complejo combo entre
Miedo y asco en Las Vegas y
El almuerzo desnudo. Un 7'5.