Southbound es uno de esos regalitos que vienen bien al Festival y que, a su vez, se aprovechan del ambiente para ser vistos de la mejor manera posible. Estas antologías del terror vuelven a vivir su momento de gloria, quizá más destacable que el que disfrutó en los ochenta, y nos está dando mucho donde elegir. Southbound lo forman cinco historias oscuras de terror stoner con maldiciones, hospitales abandonados, rockeras secuestradas y demás detalles que hacen temer aun más a la siempre peligrosa frontera sur. Con el desierto como fondo compartido, Roxanne Benjamin, David Bruckner, Patrick Horvath y Radio Silence han sabido dar al público lo que quiere. La respuesta no ha sido tan entusiasta como con Tales of Halloween, pero está claro que hacen falta estos caprichos.
Elstree 1976 se encuentra dentro de lo que ya merece ser llamado subgénero: los documentales sobre Star Wars. La saga de Lucas es tan descomunal que se puede permitir estas ramificaciones eternas, regadas por el ansia de unos fanáticos siempre sedientos. En esta edición del Festival han coincidido dos que comparten temática familiar, y el que si I Am Your Father se centraba en la figura de David Prowse, el hombre tras el traje de Vader, Elstree 1976 abre el abanico y entrevista al resto de extras, esos que no tienen siquiera el precio de Prowse en las convenciones. No son famosos, casi ninguno se terminó dedicando ala interpretación y nadie los conoce por la calle, pero sus personajes tienen interminables líneas de juguetes. El documental no va mucho más allá de esta anécdota, compuesto de hora y media de charleta con estos tipos que narran sus vidas, normales y monótonas, hasta que el espectador se pregunta si hacía falta. Supongo que una vez que tienes horas y horas de testimonios aburridos lo mejor que puedes hacer es montarlos para no perder tiempo y dinero. El resultado sólo convencerá a los más curiosos del formato de las videoentrevistas, los fans de Star Wars completistas pasarán por el aro, pero hay poco donde rascar.
Tangerine fue la sorpresa del día, uno de esos títulos en los que terminas porque no tienes otro a esa hora y que te alegran la jornada. Rápida, excesiva y hortera, Sean Baker dirige esta historia callejera sobre dos travestis que recorren las calles buscándose la vida. Una quiere triunfar como cantante aunque tenga que pagar por actuar, la otra busca al chulo que le ha roto el corazón. Una especie de Haz lo que debas con peluca, y sin la magia de Spike Lee, pero con un gancho similar. Grabada con un iPhone 5s, la cámara está a pie de calle hasta sus últimas consecuencias, presente en cada jaleo en el que se meten las protagonistas, el taxista armenio enamorado o todo aquel que se cruce en su maratón de aceras. Como se supone que es la mañana de Noche Buena, el humor y desenfreno amargo terminan con ternura, amarga también, pero ternura al fin y al cabo. Es complicado, pero si el premio a mejor actriz se lo conceden ex aequo a Kitana Kiki Rodriguez y Mya Taylor, yo aplaudo.
La juventud (Youth) es una de esas películas que cabrea encontrarse en un Festival como Sitges. Por un lado, porque desvirtúa la idea de certamen de género con el que venimos muchos, es una de esas cintas con las que se busca un reconocimiento por parte de la prensa no especializada como Festival Clase A, ninguneando como siempre todo lo que se presenta aquí. Por otro, porque hay que rendirse a la evidencia y romper la pureza de los tops de esta edición, La juventud es una maravilla. Todas las críticas negativas que obtuvo en Cannes pasaban por el mismo bache, comparar este trabajo con La gran belleza. Lo cierto es que Paolo Sorrentino puede que no haya logrado otra obra del mismo poso espiritual, pero contiene aciertos tan rotundos como aquella. Hacía mucho que Michael Caine y Harvey Keitel no llegaban a ese nivel de actuación, ese punto en el que parece que conoces a los personajes y no te importaría acompañarlos para siempre. Todos los secundarios están a la altura, la música vuelve a funcionar y la fotografía del pintoresco hotel de los Alpes es tan pura como enigmática, justo lo que pide un escenario así. Un título por el que dejarse envolver y con un clímax final con el que es imposible no sentirse conmovido. Que sí, que no llega a lo de la ascensión de escaleras de la Santa, pero dejad de perseguir a Sorrentino por sus logros, ahora que está en la cima le ha vuelto a salir bien y eso, como se cuenta aquí, es complicado.
La últimas supervivientes (The Final Girls) sí encaja con lo que hace falta en Sitges. Gamberra, referencial y consciente de sí misma, la peli de Todd Strauss-Schulson es un homenaje al slasher ochentero que sabe de lo que habla y disfruta riéndose con sus fuentes. La trama nos presenta a un grupo de amigos que, por un extraño accidente, acaban entrando a la cinta que están viendo a través de la pantalla del cine. Allí tendrán que ayudar a los tópicos protagonistas a llegar hasta el final. La idea está clara, lo que El último gran héroe fue al cine de acción, esta lo es al de niñatos acuchillados. Con Taissa Farmiga y Malin Akerman al servicio de la trama, y Adam DeVine y Angela Trimbur al del espectador, La últimas supervivientes es un disfrute continuo e inteligente que hará las delicias del grupo de colegas que han ido creciendo pero recuerdan las tardes de videoclub. Es cierto que es un refrito en todos los aspecto, no sólo porque de eso trata el argumento, si no porque literalmente coge la base de la cinta de McTiernan y el molde de la última saga de Wes Craven y se queda agustísimo por el camino. Pero qué más da, recomendable de principio a fin.
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