Las dos primeras reglas son las de aquel otro club |
El chileno firma la que podría ser su obra más inolvidable hasta la fecha, que no es poco viniendo de la magnífica No. Pero las cualidades de El club van mucho más allá, es amarga, desagradable e hiriente, todo sin enseñar nada. Maldita sea la mente del espectador, donde no hay censura y se superan todos los límites éticos que el séptimo arte aun no ha cruzado.
La trama, escrita por Daniel Villalobos, Guillermo Calderón y Larraín, nos sitúa en un pequeño pueblo chileno. Allí se encuentra una casa costera donde conviven cuatro hombres y su cuidadora, antiguos sacerdotes forzados por la Iglesia a este retiro penitente donde meditar sobre sus pecados. Acostumbrados a su rutina diaria, casi han olvidado el motivo que obligó su traslado al rincón más alejado, donde no pudiesen ser descubiertos. Al menos hasta que un acontecimiento inesperado obliga a la "nueva Iglesia" a reformular la existencia de estas esquinas sin luz donde esconde sus vergüenzas.
Incumpliendo esas dos primeras normas |
Visualmente el realizador se sigue mojando, bajando la alta definición actual a base de filtros e impurezas hasta empastar con el alma de los personajes a descubrir. Al fin y al cabo, si vas a contar cómo unos tipos que robaron, vendieron o abusaron de menores viven alejados de los indeseables focos, por qué no verlos en una calidad de imagen a la altura.
Una cinta compleja y casi redonda, elegante y precavida en su forma y desatada en su fondo, donde hasta la cara más bondadosa termina corrompiéndose por el bien común. Un mal trago imprescindible.
No he podido no poner esta imagen |
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