Mira qué monas |
No quiero engañar a nadie, sigo escéptico ante sus propuestas y me costó un buen rato entrar al juego. La presentación de la trama, con una estudiante recién llegada a la Gran Manzana que hace de su falta de adaptación su adaptación perfecta, me puso tan alerta como de costumbre. Cuando conoce a su compañera de reparto, encarnación de la ya-no-tan-joven que ha hecho de las calles de la capital del mundo partes de su cuerpo, me hizo sacar el escudo. Después de dejé llevar, como hipnotizado por la frescura de Lola Kirke y la fuerza de Greta Gerwig, y cuando llegué a la mitad del segundo acto me descubrí a mí mismo disfrutando de una screwball alocada, rápida y divertida.
Tiene trampa, no toda la cinta es así y efectivamente hay mucho del Baumbach que nunca pude comprender. Pero lo cierto es que cuando los diálogos aceleran, la comedia asoma la cabeza y los personajes, por fin, encajan con mi idea de algo interesante y gracioso. Gracias a esto, consigue en una escena de unos veinte minutos en un sólo escenario todo lo que pensé que nunca podría encontrar en este director. Esto sí es una cámara persiguiendo a Allen mientras dispara gloria, ahora sí hay chicha, esto sí merece la pena de una vez por todas.
Me ha costado unos cuantos títulos poder coger una copa y reírme alegremente con la conversación de un cultureta, con una escultura que ninguno terminamos de entender a nuestro lado pero disfrutando de las supuestas intenciones del artista. Aunque él nunca adivine que he llegado aquí por las indicaciones de Mariano Ozores y no las de Preston Sturges, puedo parlotear sin miedo a ser descubierto. Hahaha, caramba qué risa.
El escenario |
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