Vente a la mercería de Minnie |
Algo tendrá su máquina de escribir, por no conceder al hombre toda la gloria, que logra absorber al espectador durante casi tres horas de metraje, al menos a los entregados a su gracia. La dinamita no explota hasta pasadas las dos horas, pero poco importa, las letras amarillas ya me tenían ganado.
¿Puedo estar inventando este placer? ¿Será que no soy objetivo con el cineasta? Efectivamente, no lo soy, ni falta que hace. Mi subjetividad me permite disfrutar de esta película de la manera en la que fue creada, para que los que respiran cine puedan tomar una bocanada cada vez que este señor estrena.
Todo lo que han dicho que forma parte de la película, está ahí. De 'Diez negritos' a 'La diligencia', pasando por 'La cosa' y, por supuesto, 'El gran silencio'. Es 'Reservoir Dogs' en el oeste, pero también es la demostración de la mejora de su fórmula, del collage más puro y estilístico, de lo novedoso que sigue siendo uno de los géneros más quemados del cine.
En esa primera secuencia hay más mensajes, como el de Tarantino advirtiendo que la cinta es suya, que es uno de sus propios personajes y que una de sus peculiaridades es ser el engreído que se dio cuenta de que podía serlo. Pero también nos habla Ennio Morricone, que nunca vio la película pero tenía ideas que podrían interesar al americano. Con ese leitmotiv inicial, avisa a todo el mundo, Academia incluida, que aun tiene temas que pueden descolocar los tops de sus aficionados. Y es que esa inicial "L'Ultima Diligenza di Red Rock" es tan inmensa como la propia carrera del compositor. Unidos los tres, Tarantino, Richardson y Morricone, consiguen que los primeros minutos de 'Los odiosos ocho' sean, otra vez, una de las aperturas más maravillosas de su carrera y de, bueno, ya sabéis.
Tras la travesía de la diligencia, donde se cuentan largas historias sin remontar a flashbacks, porque el director ha decidido que este es un western adulto y sin adornos, se llega al escenario donde transcurrirá el resto de la película, incluido el corte antes de la conclusión. Todo está ideado para que sepas por dónde pululan los personajes, siempre con al menos tres en escena gracias a los anchísimos 70mm.
De los presentes, todos los que pululan por la mercería de Minnie, hay cuatro interpretaciones que destacan por encima de los demás. Samuel L. Jackson, el verdadero protagonista de la coral trama, disfruta con el regalo del cineasta hasta lograr la que posiblemente sea su más completa interpretación hasta la fecha. Kurt Russell es un gusto de principio a fin, desde sus movimientos al acento, pasando por el bigote-barba, todo funciona a la hora de acaparar atención siempre que aparezca en cualquier lugar del plano. Jennifer Jason Leigh es la chispa, el fuego que necesitaba el guión para demostrar que aquí todos son tan odiosos como el título propone, por mucho que se esfuercen en disimularlo con una educación impostada e ineficaz.
El último en ser destacado es Walton Goggins, el desconocido, un tipo que ya ha trabajado con Tarantino en un papel menor y que se prodiga más por televisión. Sus días como secundario podrían acabar si alguien hiciese caso a lo que ha conseguido aquí, pero no sé hasta qué punto eso ha servido antes.
La única pega que veo en el reparto es la versión inglesa que Tim Roth hace de Christoph Waltz, algo que se vuelve insoportable en la versión en castellano por la elección del mismo actor de doblaje.
Por lo demás, estamos ante una magnífica película del oeste, ideada por y para un público muy específico: su creador. Si por el camino gusta a más gente, él encantado, pero puede que estemos ante su proyecto más maduro, serio y personal hasta la fecha, algo que suena a tópico pero que, hablando de este tipo, es más complicado de lo que parece. A fuego lento, pero a rebosar.
Colocar esta joya dentro de su filmografía no es fácil, pero yo no soy un cobarde así que aquí está. Este es mi nuevo orden de Quentin Tarantino, ocho películas con un ocho como nota más baja. Dice que sólo hará dos más, espero que, como en muchos otros temas, vaya de farol.
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