El problema empieza ahí, cuando sales de la sala por esas puertas que te escupen a un rincón extraño del edificio en el que estás, obligándote a agarrarte al mundo que te rodea, olvidando por un momento lo que has visto.
Cuando recapacitas y echas la vista atrás, descubres lo tremendamente triste que es el equilibrio entre lo cierto y lo inventado en 'Spotlight'. Mi mesurada cautela, o activo pesimismo, me obliga a pensar que lo que desearía que fuese más adornado es justo lo más cierto, y viceversa.
Ojalá los horripilantes casos de abusos fuesen una exageración en pos de la calidad de la cinta. Me encantaría pensar que la mafia de las altas instituciones que preside la Iglesia, último motivo por el que toda esta trama de secretos imposibles se ha mantenido tanto tiempo, forma parte de la inquina de un guionista descreído.
Por otra parte, me cuesta pensar en periodistas que actúan como los aquí representados. Vivo en un país donde los diarios escritos se han vendido de tal manera al tipo que los maneja, que resulta complicado no avergonzarse de las portadas al pasar frente a un quiosco. Desconozco la situación fuera de España, pero la hipocresía y la falta de ética está tan instaurada en la prensa en papel, televisiva o radiofónica, que sólo nos queda el refugio de Internet, donde nos venden la actualidad a golpe de "No te imaginas lo que pasó a continuación".
Si pierdo tiempo y espacio con todo esto, es precisamente porque 'Spotlight' funciona a muchos niveles. Esperaba que agitase la polémica sobre su tema central, uno de los charcos más complejos donde meter un palo y agitar el barro, pero lo que me llevé en la mochila fue mucho más.
La dirección de Tom McCarthy es sobria, ágil y sincera. Ataca a la yugular, sin perder tiempo enfatizando demasiado con la cuidada banda sonora de Howard Shore.
Los protagonistas se entregan a la causa, especialmente Mark Ruffalo que forma parte de la película como ningún otro.
El resultado final es una historia de héroes conta villanos que funciona como un reloj, un relato tan duro en su interior como atractivo en su envoltorio. Una triquiñuela donde parece sencillo el complejo trabajo de contar algo tan atroz. Ojalá no existiesen esos villanos, ojalá fuese verdad lo de sus héroes.
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