Dos horas y media después de haberse apagado las luces, y consciente de la satisfacción que me ha provocado ese choque, no soy capaz de entender por qué no puedo saber si el total me ha gustado o no, si ha sido decepcionante o ha satisfecho mis expectativas, si me tocará defenderla ante la opinión general o seré de sus detractores.
Tras dormirla, ejercicio necesario para valorar mejor cualquier cosa, sigo un poco en las mismas. Después de todo, han pasado tres años de 'El hombre de acero' y tampoco termino de saber qué pienso de aquella presentación de Superman. Lo que sé con seguridad es que esta es más exagerada: lo bueno es mejor, lo malo peor.
Soy positivo, supongo que terminaré volcándome con los aciertos de la película, que no son pocos. La mayoría tienen al caballero oscuro como protagonista, y es que sí, estoy plenamente satisfecho con Ben Affleck.
No termina de ser gracias a él, como Bruce Wayne es algo soso y, aunque no arruina el personaje, simplemente se deja llevar sin aportar mucho. Pero lo que han hecho David S. Goyer y Chris Terrio con el cruzado enmascarado es una delicia. A medio camino entre el héroe en plenas facultades al que estamos acostumbrados y el maravilloso vigilante reventado de Frank Miller, descubrimos a un Batman que, aunque sigue dando caña, ha pasado por tanto que no puede evitar preguntarse si ha llegado su momento. Un placer cada uno de sus trajes, con especial mención a la gloriosa armadura y su paulatina desintegración.
Es un Batman del que se ha reído el Joker, y con fuerza, un héroe que ha visto caer a los suyos, que lleva veinte años atrapando villanos en una ciudad que no está mejor que antes de su llegada. Un tipo que ha luchado contra sí mismo para no matar a aquellos que terminarían haciéndolo, y que se descubre sobrepasado por unos dioses que vienen del cielo y contra los que no puede hacer nada salvo correr.
Esa presentación, el día en el que la humanidad conoció a Superman, el 11S de Batman, es una maravilla donde descubrimos que el miedo y el enfado son el verdadero motor tras el disfraz de Bruce Wayne. Han sabido utilizar el mayor despropósito de la película anterior, ese abuso del software de destrucción de edificios, para integrarlo y arrancar la excusa del odio entre sus dos protagonistas.
No puedo decir lo mimo de Superman, cuya obsesión con el vigilante de Gotham en su faceta periodística no hay por dónde cogerla. Su relación con Lois Lane es aun menos creíble que en la primera parte, con secuencias enteras de intimidad hogareña donde repiten una y otra vez la única idea que se les ha ocurrido a los guionistas sobre la pareja. Que conforme avance la película ella se convierta en el personaje femenino que hace tonterías en las que se pone en peligro ella y, por lo tanto, a sus seres queridos, es desesperante.
Sólo cuando está enfadado, Superman gana puntos. Me pregunto si se han dado cuenta ya que en un mundo tan oscuro como el que han creado, su luz es tan discordante que no conseguirán que encaje nunca. Aquí pega el de la visión, el que ha perdido su lazo con la humanidad y deja fluir sus poderes para, irremediablemente, convertirse en villano.
Sorprende lo bien que queda Wonder Woman en el equipo, cerrando la Trinidad con fuerza pese a una presentación extraña, correcta pero más ligada a Selina que ha Diana. Gal Gadot me vende su película en solitario con ganas, mucho más de lo que, me temo, harán los trailers.
Y es que, efectivamente, los avances de esta película fueron un error absoluto. El pufo fue tal que la solución fue aun peor: mentir. Si has puesto todo tu argumento, en orden y con cada uno de los personajes que vas a incluir, lo asumes y aguantas el chaparrón. Si has mostrado tanto que ya se pueden criticar las buenas y malas ideas, disimula y defiéndelas, pero no digas que falta contexto y que hay más personajes cuando, al final, ni lo uno ni lo otro. Entiendo que promocionar algo es complicado, pero la defensa de Zack Snyder del avance ha sido aun peor que el trailer en sí mismo, generando de nuevo falsas expectativas, fáciles de derribar el día del estreno.
Y es que el Lex Luthor de Jesse Eisenberg es, con mucho, lo que más me molesta de esta película. Pasado de rosca, sobrecargado y previsible, su interpretación de villano locuelo desatado no sólo no casa con el personaje, si no que me cuesta creer que a alguien le resulte novedoso, el mismo personaje al que interpreta Eisenberg desde hace años, llevado al extremo. Con ese despacho, su advertencia sobre lo que está por venir, el cuadro del infierno y demás parafernalia, ¿no hubiese estado mejor un tipo serio y adulto? ¿No daría más miedo si no fuese un payaso? ¿No podía ser un poco más Lex Luthor? Que ya tenéis a Jared Leto en la recámara, esperad un poco joder.
En fin, dejémoslo aquí de momento. Digamos que la apocalíptica escena inicial y la pelea entre los dos protagonistas terminan pesando más en mi balanza que Luthor, Lane y la alargadísima epicidad de centro comercial de Snyder, que acierta y falla según le toque. Es más, para no darle siempre palos al mismo, esta misma cinta estaría mejor si en montaje se hubiesen hecho las cosas de otra manera. Y no lo digo sólo por cortar, que media horita menos le venía al pelo, si no por organizar acontecimientos de otro modo. La eterna visión metida a capón, el inexplicable momento en el que aparecen los cameos de los futuros héroes y los doce finales encadenados, encajarían mejor si alguien volviese a ordenar la película.
Lo bueno es que me quedo con ganas tanto de Batman como de Wonder Woman, que supongo era lo importante en este intenso prólogo de 153 minutos.