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'Rupture' es una de esas pequeñas cintas de género a olvidar, pero que hacen falta en este festival para que podamos seguir defendiendo aquello del "fantástico".
Y es que, por mucho que esta aventurilla con Noomi Rapace huela a televisión y sea difícil de tomar en serio, está mucho más cerca de lo esperado en un certamen de este tipo que su colección de thrillers, westerns y cine asiático. Lo sé, al final lo mejor está en esas tres sub categorías, pero no hay nada como una buena contradicción mañanera.
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'Godzilla: Resurgence' (Shin Godzilla), el monstruo vuelve a casa.
En realidad nunca se había ido, pero es cierto que hacía doce años que Toho no producía una película con su lagartija desproporcionada, y otros tantos desde que le dedicase un reinicio como la energía nuclear manda.
Dirigida por Shinji Higuchi y el todopoderoso Hideaki Anno, al que nunca le agradeceremos lo suficiente 'Neon Genesis Evangelion', retoma la idea con la que Ishirô Honda rompió el género hace más de sesenta años con 'Japón bajo el terror del monstruo': dotar de forma a los miedos de la sociedad del momento. Cambiando el pánico a la bomba por el desastre de Fukushima, el lagarto sigue siendo mucho más real de lo que el cine nos quiere hacer creer.
Higuchi y Anno juegan con el género político de base, enfocando el evento desde el punto de vista de los desesperados humanos que deben contenerlo, y logrando una magnífica sátira sobre los males de la burocracia por el camino.
En cuando a la criatura, su primera aparición a los pocos minutos del inicio deja claro que aquí se ha venido a jugar. La hilaridad evoluciona junto al gigantesco dios del átomo, que termina luciendo todos sus poderes en un clímax central que pondrá la piel de gallina a los más duros.
Diversión pura y dura con un montaje que huele a anime y que, aunque tiene un profundo valle central al insistir demasiado en la trama política central, sabe dejar un buen sabor del boca cerrando en alto.
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Keishi Ohtomo, autor de las adaptaciones a imagen real de 'Kenshin, el guerrero samurái', adapta otro manga atreviéndose a llevar ante las pantallas a un asesino con careta de rana. Y lo cierto es que al principio funciona. Mientras dura la lluvia y los asesinatos, todo va bien.
El problema llega cuando conocemos al villano desenmascarado y el misterio se vuelve secundario. Ya solo inquieta al protagonista, el público se despega de la historia y la reiteración se hace rutinaria. El giro del último tercio, ridículo flashback incluido, termina de rematar la faena y hace imposible que no me rinda a la evidencia: esto no funciona.
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Por el camino, descubrimos a su familia, su infancia y algunas de las anécdotas que forjaron la enigmática personalidad que nos ha cautivado a todos. Sin parar de hablar, él mismo recuerda cómo se enamoró de la pintura y las batallas que libró para intentar dedicarse en cuerpo y alma a su pasión.
Con un montaje elegante y eficaz, en los últimos minutos la historia da un giro al recibir una beca con la que terminó rodando 'Cabeza borradora', pero eso ya eso ya es otra historia.
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