Si se trata de Álex de la Iglesia, remo a favor. El bilbaíno nos ha dado tanta gloria que no merece un segundo de duda a la hora de comprar una entrada pero, pese a todo, reconozco que desde hace algún tiempo la cautela es máxima.
Con ‘El bar’ iba asustado y salí satisfecho. El recogimiento le viene bien al director y, junto con Jorge Guerricaechevarría completando el combo clásico a manos del guion, han sabido cómo volver a sorprender al espectador gracias a un grupo de personajes alocados, una idea imposible de fondo y mucha mala leche.
Vuelven los ambientes pesadillescos, un duermevela de sobredosis de alimentos en el que todo puede ocurrir sea más o menos lógico. Esa sensación de película trastornada recorre el metraje al completo, sin dar un respiro al espectador para volver a la realidad y salir del macabro relato. Los fans del cine más oscuro del director disfrutarán sintiéndose como en casa dentro de ese pequeño escenario.
El problema es que no sé hasta qué punto todo se aprovecha como debe. Por muy estrechos que fuesen los pasillos de ‘La comunidad’, o por mucho que se acercase la cámara a los personajes de ‘Balada triste de trompeta’, la imagen era poderosa, contundente. Aquí resulta algo dubitativa, alargando siempre los planos sin motivo aparente y buscando recursos que no termina de abrazar.
Esas dudas pesan más en unos personajes que en otros y, tras sorprendernos a todos con el mejor personaje de ‘Mi gran noche’, el pobre Mario Casas vuelve a llevarse la peor parte. Por el contrario, Secun de la Rosa, Carmen Machi y Jaime Ordóñez salvan cada plano.
Una obra interesante, mucho más reivindicable si no se tratase de un director del que no puedo evitar esperar aun más. Así dejo su filmografía right now:
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