Hoy, Nick Cave ha cumplido 63 años. En cinco días, hará seis años que vi ‘20.000 días en la Tierra’ (ahora en Filmin) en la octava y última jornada de la primera edición del Festival de San Sebastián al que acudí. Todos esos números no tienen demasiado sentido separados y, juntos, me temo que tampoco. No al menos sin las letras que los unen.
Aquel 27
de septiembre cerré el certamen con Nick Cave. Era el colofón ideal, la trigésimo quinta
y definitiva película de aquella aventura de la que nunca me sentí merecedor pero a la que me agarré, consciente del precipicio que se cernía ante mí.
Salí del Cine Principal extasiado, con la respiración acelerada y las gafas empañadas mientras
en mi cabeza seguía sonando la versión en directo de ‘Jubilee Street’ con la
que termina la película. I'm
transforming, I'm vibrating, I'm glowing. Ya daba igual todo, no
importaba lo que pasase después, incluso cuando acabase aquel otro epígrafe que
me esperaba en Sitges una semana más tarde. Aquel
día lloré, hablé con desconocidos y bebí. Aquel día me lo creí. Todo.
Ahora
es diferente, especialmente por todo lo que sigue siendo exactamente igual. Sigo
escribiendo, pero por otros motivos. Sigo mirando, pero hacia otro lado. Sigo
en una habitación, pero a nadie le extraña.
Aquel documental me hizo pensar que, de algún modo, los siguientes
años viviría lo que, de hecho, pude vivir. Durante el éxtasis que uno experimenta
mientras abandona la oscuridad y pasa de música extradiegética de títulos de crédito a sonido ambiente de la realidad a la que regresa, olvidé aquello que me perseguía. Engañé al
monstruo que, perdido en Donostia, espero se tomase algo en el Juantxo.
No llegué
solo muy lejos, ya éramos dos cuando regresé a aquel albergue que tan poco
descanso me ofreció y, puede que por ello, realizase una crítica tan sumamente
plana de lo vivido en el cine. Leída ahora, tras seis años recordando para mí aquella
experiencia, no entiendo cómo no dio para fliparme con un texto de varios
párrafos sobre la figura de Cave, de Warren Ellis y de su música. ¿Cómo es
posible que desperdiciase aquella oportunidad de mostrar al mundo lo terriblemente
sensible que era? ¿Por qué unos pocos renglones explicando algo que hoy no
daría para más de tres tuits? Es fácil, las películas no son lo mío, lo mío
siempre ha sido lo otro.
Para bien
y para mal, aquel primer año de grandes festivales me puse el doble de tarea y,
no contento con dedicar una entrada diaria a las películas que veía, cada
jornada me acostaba publicando un segundo texto en el que fantaseaba con mis
desventuras por el certamen. Aquello se convirtió en un éxito entre mis
conocidos, siendo mucho más comentado y aplaudido que las entradas
sobre las películas tornándose, gracias al feedback activo, en aquel
milagro que me descubrió a lectores que nunca imaginé perdiendo el tiempo en mi blog.
No
importaba qué película consideraba mejor o si me había parecido demasiado intensa alguna joya premiada en Berlín, lo que mis cinco lectores querían
saber es cómo habían sido los ronquidos aquella noche en el Atalaya/Olga/Olga’s Palace, si había
tenido algún nuevo encuentro con el fumador o si, camino de algún pase, había
logrado no perderme demasiado. Todo esto mal escrito, preñado de faltas de ortografía y con incoherencias narrativas que hacen imposible una revisión a día de hoy, por mucho cariño que tenga de aquellos recuerdos.
Años después, nuevos amigos que desconocían la autoría de
aquel despropósito hablaron de un tipo que hizo un diario de San
Sebastián y de Sitges muy curioso. Aquella ficción autobiográfica se ha
convertido en una de las escasas creaciones que ha vuelto a mí por caminos
extraños y, ¿dónde me ha pillado? Mintiendo, haciendo como que lo mío son las películas
mientras me obsesiono por cerrar lo otro, esta vez en forma de audio.
"Es como si fuera hace 6 años y eso", comenta la primera entrada dando, por fin, sentido a algunos de los números iniciales.
Es terrible descubrir con pruebas que tu síndrome del
impostor no es tal, sino que realmente no te corresponde estar donde has caído.
Por suerte, puedo seguir disimulando un poco más pero, teniendo todo esto en
cuenta, sería realmente tonto si no decidiese dedicar más tiempo a aquello que me
persigue con la misma insistencia que la ya impaciente criatura a la que oigo
respirar a menos de un palmo de mi nuca. Pero es que soy realmente tonto.
I'm transforming, I'm vibrating, look at me now.
(Si hay alguien ahí, ‘Los de al lado de Pumares’ volverá. Más
pronto que tarde).