23/9/20

Lo otro

Hoy, Nick Cave ha cumplido 63 años. En cinco días, hará seis años que vi ‘20.000 días en la Tierra’ (ahora en Filmin) en la octava y última jornada de la primera edición del Festival de San Sebastián al que acudí. Todos esos números no tienen demasiado sentido separados y, juntos, me temo que tampoco. No al menos sin las letras que los unen.

Aquel 27 de septiembre cerré el certamen con Nick Cave. Era el colofón ideal, la trigésimo quinta y definitiva película de aquella aventura de la que nunca me sentí merecedor pero a la que me agarré, consciente del precipicio que se cernía ante mí.

Salí del Cine Principal extasiado, con la respiración acelerada y las gafas empañadas mientras en mi cabeza seguía sonando la versión en directo de ‘Jubilee Street’ con la que termina la película. I'm transforming, I'm vibrating, I'm glowing. Ya daba igual todo, no importaba lo que pasase después, incluso cuando acabase aquel otro epígrafe que me esperaba en Sitges una semana más tarde. Aquel día lloré, hablé con desconocidos y bebí. Aquel día me lo creí. Todo.

Ahora es diferente, especialmente por todo lo que sigue siendo exactamente igual. Sigo escribiendo, pero por otros motivos. Sigo mirando, pero hacia otro lado. Sigo en una habitación, pero a nadie le extraña.

Aquel documental me hizo pensar que, de algún modo, los siguientes años viviría lo que, de hecho, pude vivir. Durante el éxtasis que uno experimenta mientras abandona la oscuridad y pasa de música extradiegética de títulos de crédito a sonido ambiente de la realidad a la que regresa, olvidé aquello que me perseguía. Engañé al monstruo que, perdido en Donostia, espero se tomase algo en el Juantxo.

No llegué solo muy lejos, ya éramos dos cuando regresé a aquel albergue que tan poco descanso me ofreció y, puede que por ello, realizase una crítica tan sumamente plana de lo vivido en el cine. Leída ahora, tras seis años recordando para mí aquella experiencia, no entiendo cómo no dio para fliparme con un texto de varios párrafos sobre la figura de Cave, de Warren Ellis y de su música. ¿Cómo es posible que desperdiciase aquella oportunidad de mostrar al mundo lo terriblemente sensible que era? ¿Por qué unos pocos renglones explicando algo que hoy no daría para más de tres tuits? Es fácil, las películas no son lo mío, lo mío siempre ha sido lo otro.

Para bien y para mal, aquel primer año de grandes festivales me puse el doble de tarea y, no contento con dedicar una entrada diaria a las películas que veía, cada jornada me acostaba publicando un segundo texto en el que fantaseaba con mis desventuras por el certamen. Aquello se convirtió en un éxito entre mis conocidos, siendo mucho más comentado y aplaudido que las entradas sobre las películas tornándose, gracias al feedback activo, en aquel milagro que me descubrió a lectores que nunca imaginé perdiendo el tiempo en mi blog.

No importaba qué película consideraba mejor o si me había parecido demasiado intensa alguna joya premiada en Berlín, lo que mis cinco lectores querían saber es cómo habían sido los ronquidos aquella noche en el Atalaya/Olga/Olga’s Palace, si había tenido algún nuevo encuentro con el fumador o si, camino de algún pase, había logrado no perderme demasiado. Todo esto mal escrito, preñado de faltas de ortografía y con incoherencias narrativas que hacen imposible una revisión a día de hoy, por mucho cariño que tenga de aquellos recuerdos.

Años después, nuevos amigos que desconocían la autoría de aquel despropósito hablaron de un tipo que hizo un diario de San Sebastián y de Sitges muy curioso. Aquella ficción autobiográfica se ha convertido en una de las escasas creaciones que ha vuelto a mí por caminos extraños y, ¿dónde me ha pillado? Mintiendo, haciendo como que lo mío son las películas mientras me obsesiono por cerrar lo otro, esta vez en forma de audio.

"Es como si fuera hace 6 años y eso", comenta la primera entrada dando, por fin, sentido a algunos de los números iniciales.

Es terrible descubrir con pruebas que tu síndrome del impostor no es tal, sino que realmente no te corresponde estar donde has caído. Por suerte, puedo seguir disimulando un poco más pero, teniendo todo esto en cuenta, sería realmente tonto si no decidiese dedicar más tiempo a aquello que me persigue con la misma insistencia que la ya impaciente criatura a la que oigo respirar a menos de un palmo de mi nuca. Pero es que soy realmente tonto.

I'm transforming, I'm vibrating, look at me now.

(Si hay alguien ahí, ‘Los de al lado de Pumares’ volverá. Más pronto que tarde).

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